domingo, 6 de septiembre de 2015

Elogio sensual de la vieja verde

Empecemos por el motivo, que la reflexión es antigua. Hace ya medio mes, justo mientras me despertaba la mañana de mi cincuenta cumpleaños, y a pesar de haber dedicado previamente mucho tiempo, en muchos meses, a todo tipo de reflexiones, mi cerebro consiguió sorprenderme con una idea, ni siquiera nebulosa y abstracta, sino redactada: "A partir de ahora, cada vez que le diga a una muchacha de más o menos años lo guapa que es, me calificarán de inmediato de viejo verde". Lo más curioso es que la frase no iba acompañada de sentimiento alguno, y menos de pena, sino de constatación divertida y exterior a mí.

Quienes conozcan el origen de la hoy despectiva expresión "viejo verde", pueden pasar tranquilamente por alto las líneas que vienen en cursiva:

El término "viejo verde" aludía, en tiempos, a aquel caballero que, superada la fogosidad y atolondramiento de los años mozos, conservaba vigor para las artes amatorias, complementado con la sabiduría de la experiencia de los años, lo cual hacía de él amante ideal para la joven inexperta, fuera cual fuera el alcance de la relación galante. Mi infinita pereza me impide comprobar si mi memoria me traiciona al decir que de ello se habla, en tono laudatorio en esa panorámica del Renacimiento que es El Cortesano, de Baltasar de Castiglione, que todavía circula por nuestras tierras a través de la gloriosa traducción que realizó Juan Boscán en el XVI.

Tiempo después, aquel término empezó a usarse en un sentido fuertemente irónico, primero respecto a aquellos que pretendían pasar por "verdes" sin serlo y, finalmente, a todo aquel hombre de una cierta edad y de impulsos rijosos que no se correspondían con las posibilidades de éxito. Personaje, por cierto, golpeado sin misericordia ni pausa desde lo más antiguo, entre otros por el Juvenal con quien tanto me identifico. Viejo al que una prostituta, por él insultada, golpeaba con un "Habeat iam Romam pudorem: tertius e coelo cecidit Cato", o sea, "Cuidadito toda Roma, que nos está vigilando un nuevo espejo de virtudes". Por extensión, lo que otrora se llamaran "cuentos colorados" acabaron con el actual nombre de "chistes verdes"

Si la calidad de las sátiras de quien encubre mi nombre y descubre mi personalidad no cambió un ápice la Roma que le tocó padecer, no espero yo siquiera que se inmute nadie con este diletantismo que tecleo.

Comienzo hablando de la idolatría de la juventud, rayana en la pederastia, que se practica en la mentalidad de nuestra cultura, que, hasta para regalar rosas, prefiere el congelado capullo apenas empezado a abrir antes que el esplendoroso espectáculo de la floración plena, por miedo a los pétalos que empiezan a marchitarse. No me dejo vencer por la mojigatería posmoderna que evita las palabras "viejo" y "vieja" para referirse a quienes llevan sobre la Tierra, ejerciendo el duro oficio de vivir, suficiente tiempo como para acumular experiencia valiosa para los que todavía no nos hemos enterado de qué va el asunto. Además, es simplemente pereza expresiva: siempre habrá un adjetivo para acompañar vejatoriamente a "viejo", si llega el caso de vilipendiar. "Insensato", quizá cuadre en lo que a mí respecta.

Recordemos cómo el imaginario colectivo, por otra parte, ha escondido la posibilidad de la mujer como protagonista de la iniciativa amorosa, no obstante los nada ocultos casos históricos que desmienten el desatino. Recuerdo cuando una gran amiga comentaba el despellejamiento de una señora que gustaba de seducir a quien le apetecía, a la que se le negaba todo mérito, pues estaba claro que cualquier hombre está pronto a sumarse a la propuesta. Así como el seductor habrá de hacer esfuerzos, la seductora trae sus habilidades incorporadas desde siempre, pues su maldad congénita le vene por inspiración del diablo. Curioso prejuicio, por cuanto el hombre que "cae" en sus redes queda reducido al triste papel de simple y pasiva víctima, cuya única actividad corresponde a las posteriores acrobacias eróticas. Francamente, no me siento identificado con el primitivo Hércules-Sansón, y menos como predestinado a simple víctima de Onfalia y su rueca.

Y si he empezado el título de este ejercicio de agujeros en el vacío con el término "elogio", no pocos de los que se molestan en leerme habrán caído en que asomo/asumo, voluntariamente, el título y la mentalidad de ese Vargas Llosa del Elogio de la madrastra (mejor sepultemos en el olvido aquellos Cuadernos de don Rigoberto) y La tía Julia y el escribidor. Ciertamente, ahora parece fácil que yo escriba estas cosas, pero, si desean creerme, les confesaré que pensaba lo mismo mucho antes. Tan antes que, empezando mi treintena, al comentar alguien las gracias que adornaban a una mujer quizá algún año menor que yo, apunté sin pensarlo: "cuando cumpla cincuenta, será una señora impresionante", tras lo cual, un gran compañero y cómplice de trabajo me soltó precisamente la rociada vargallosiana.

No es que mi estética desprecie un cuerpo joven y una mirada nueva. En absoluto. Es que, porque me gusta la belleza, me sorprende que se dejen de lado las otras formas de de hermosura, tanto que un gringo inventó un acrónimo para reducirlo a poco menos que una perversión ("eme, i, ele, efe", que no tengo ganas de que esto entre en bases de datos que cuelan el mosquito y dejan pasar el camello). La hermosura de una mente que sabe distinguir ya entre las urgencias y el disfrute, desde el arte de la conversación en todos sus niveles (mi novia estaba celosísima de mi admiración por la claridad de pensamiento que tenían las clases de mi nada "atractiva" profesora de Filosofía del Lenguaje), hasta todos los niveles de interacción humana que pueden ir suponiendo, que no voy a relatarles para no ofender su inteligencia.

No hablo solamente, pues, de la legendaria cortesana que conoce artes amatorias insospechadas, que su mérito tiene, ni siquiera de quien se admira por lo bien que se conserva, que, salvo casualidades fisiológicas, también es fruto del esfuerzo, sino de quien sabe de sus bellezas y con ellas juega sabiamente para agradar, atraer, seducir, según quiera.

Dado el tono festivo de estas notas, no entraré a tratar cómo todo ello puede contribuir a proyectos vitales de mayor enjundia, aunque quién sabe si mis neuronas me traerán por ese camino en otra ocasión. Eso sí, queden por mí tranquilos quienes encuentren complejos y trampas mentales en lo suprascrito: mi terapeuta ya se está ocupando también de estas opiniones mías...